Esa casa que ya nunca será la casa que fue…

Esa casa que ya nunca será la casa que fue, la casa en la que quedarse solo era una fiesta, la que parecía irrenunciable. Tanto tiempo después, con tantas mudanzas acumuladas, recupero los rituales de la juventud, para que a fuerza de invocar el pasado, aquella casa vuelva a ser mi madriguera… ( Te regalaré el mundo)

Hace tiempo leí que no se debe regresar al lugar donde uno fue feliz… y puede que sea cierto. Mucho.

Los veranos de mi infancia transcurrieron plácidamente en un pueblo pequeño de Extremadura. Allí cada verano, nos esperaba mi abuelo Joaquín. Con sus silencios, su boina. Su mirada azul acuosa.

Nuestros desayunos consistían en colacao con unos churros recién hechos, que mi abuelo siempre compraba antes que nos hubiésemos levantado. Meriendas de pan y chocolate.

Fueron días lentos, felices, al abrigo del sol que cae implacable en esta zona de España. Rodeados de campo, cantos de cigarra al caer la tarde. Tardes de baños en el río y  pesca. Narices quemadas por el sol. Bañadores tendidos en el patio.

Sin deberes. Solo libros que leer en la hora de la siesta obligada. Puertas que nunca se cerraban con llave. Calles de casas blancas. Empedradas. Paseos al atardecer a la huerta. Recogida de tomates con sabor a tomate. Melones dulces y jugosos. Olor a caca de caballo. Mugido de vacas. Escalada por sitios prohibidos, con algún brazo roto.

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La paga del abuelo. Monedas de 500 pesetas, en un intercambio de manos, invisible a los ojos de los padres. Para gastar en los puestos de la fiestas. En los cromos de la última colección, que todos los muchachos del pueblo seguíamos fielmente.

Y mi abuelo. Joaquín.

…más frágil y viejo que nunca,apenas una sombra del hombre fuerte e imponente que recordaba de mis años de niñez entre aquellas paredes, y sentí que se me caía el alma a los pies… (El juego del ángel)

Un hombre que vivió la posguerra y la España del franquismo. Apenas sabía leer y escribir, pero trabajó toda su vida duramente. Silencioso. Se emocionaba cada vez que nos veía aparecer después del largo invierno. Y sobre todo cuando llegaba el temido Septiembre y nos marchábamos de nuevo, dejando la casa un poco más vacía, más silenciosa. Nos enseñó a jugar a la brisca. Le intentábamos hacer trampas…nos pillaba. A todos.

Nos gustaba sacar las sillas a la puerta, con el resto de vecinos y escucharles contar historias en las noches calurosas del verano extremeño. Cantar de grillos. Batallas de otros tiempos. Refranes. Miradas al cielo, anunciando cambio de tiempo… Estrellas en el firmamento, sin contaminación lumínica, ni de la otra…

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Qué inocencia,  qué ingenuidad…

Ahora ya casi no volvemos. Y cuando lo hemos hecho, me doy cuenta de que no queda casi nada de todo aquello. Las calles siguen ahí. El pueblo también. Pero la casa no es la misma, parece más pequeña. Nuestros ojos no son los mismos, la mirada ha cambiado, ha perdido la magia, la luz. Y sobre todo, no está él. Nuestro querido abuelito. Y pienso en aquellos abrazos que nos daba y de los que queríamos escapar a toda costa para irnos a la calle. Aún no sabíamos cuanto los íbamos a añorar después…

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Empecé a caminar sin rumbo, recorriendo calles que me parecían más vacías que nunca, creyendo que si no me detenía, si seguía caminando, no me daría cuenta de que el mundo que creía conocer ya no estaba allí (El juego del ángel)

Llega Semana Santa, y aquí no somos muy creyentes, nada para ser honestos. Pero me acuerdo de las rosquillas con azúcar que siempre encontrábamos en casa del abuelo. Y de su capirote morado, guardado en el baúl de la habitación grande. Y el olor a incienso. Y a cirio quemado… Y torrijas, claro. Y me veo comprando esos dulces, y asistiendo a procesiones, en un intento de no olvidar lo que pertenece a mi familia. De salvaguardar tradiciones para mantenerlos vivos en la memoria. Presentes. Y para no perder todo aquello que un día formó parte de nuestra niñez….

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Banda sonora de hoy: Bso Forrest Gump

Feliz Domingo de Resurrección…

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