Dignidad, corazón y coraje
Me maquillo cada día para recordarme que nadie puede arrebatarme mi dignidad.
Este hecho, que para cualquiera puede significar un acto de coquetería, tiene mucho más trasfondo, que a los ojos simples, a las miradas bajas, no llega…
Es un legado familiar. Un legado impreso a base de trabajo duro, valentía y honestidad, impreso en mi ADN.
Quizá podrían tildarme de orgullosa, extravagante o presumida. Quizá…
Pero no. No lo saben. Quizá no, quizá tampoco.
A pesar de las circunstancias, de los nubarrones que se ciernen amenazando tormenta cada vez que abro las puertas de la planta baja y comienzo a caminar por ese pasillo…allá voy con mi vestimenta impecable, mi suave perfume, pelo brillante y cepillado intenso. Un ligero maquillaje aporta luz a mi rostro. La luz que le falta al pasillo y al mundo… y allá estoy yo. Revestida de la dignidad que defiendo, a pesar de lágrimas y arrugas. A pesar de injusticia, indecencia e ignominia. A pesar de mis dolores de cabeza y derrames oculares… Abro puertas, regalo caricias y sonrisas. Risas a carcajadas y videollamadas a familiares. Abrazos, miradas y consuelo a compañeras desconsoladas. Garra y coraje, control y organización en medio del caos.

El gorro de mi cabeza es de colores mágicos. Mis zuecos son de un rosa suave donde Minnie y Daisy regalan sonrisas al caminar. Las tijeras que rasgan los vendajes llevan un unicornio que nos recuerda que el arcoíris siempre aparece tras la lluvia intensa… Y así, con la espalda recta y la cabeza alta consigo, jornada tras jornada, llegar al refugio de mi casa, donde me espera la familia más maravillosa que ha existido jamás para abrazarme, acunarme , recomponerme y sostenerme lejos del infierno.
Los que están lejos, por motivos obvios (y a costa de un gran sacrificio personal) me regalan sonrisas y locuras a través de las llamadas… Y así consigo sortear la dramáticas olas que me zarandean y amenazan con lanzarme hacia Mar adentro.

Hoy y cada anochecer lo tengo claro. Es lo único que me llevaré a la tumba. Y será mi tesoro, el de mi familia, y ni el más indigno y vacío mundo me lo podrá arrebatar. Eso, y una moneda de plata en el bolsillo. Para el barquero, llegado el momento…
Y por fin, en medio de esta sinrazón, sé por qué soy lo que soy, por qué soy enfermera y por qué permanezco de pie donde muchos otros han caído. Y se llama dignidad, corazón y coraje…

Ana, qué bonito. Gracias por estar en el pie del cañón para cuidar a los que lo necesitan. Gracias por vuestro gran trabajo y en especial gracias a ti por entregarte y dar lo mejor de ti a todas las personas que te rodean siempre con dulzura y amabilidad.
Besotes
Marta
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Gracias por tus palabras Marta, pero solo hago mi trabajo. La indignacion es hacerlo en las condiciones en las que nos han tenido y nos tienen… espero q estéis bien. Un abrazo grande
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