Tenía una casa feliz. El verde iluminaba la vista, el sol bañaba las sábanas en cada amanecer, y poco a poco, las estanterías de noble madera, fueron inundando el salón, repletas de libros. Libros que cada tarde las niñas cogían para entregarse a una lectura plácida y armoniosa, fuente de viajes, aventuras, paisajes prohibidos, piratas románticos y héroes vencidos por el rumor del tiempo olvidado…

Mientras, la fuente de agua tamizaba el ruido procedente del exterior, y las velas aportaban una luz mortecina y cálida que invitaba a la introspección y al silencio.

Compartían dibujos y canciones. A veces el salón se convertía, previa movilización del mobiliario, en una improvisada sala de ballet y Tchaikovsky los acompañaba, mientras el sol se escondía al final del sucio y maltratado paseo, el cual en otros tiempos, no muy lejanos, conducía a la estación vieja de ferrocarril, protegido por el follaje frondoso de los árboles centenarios y las casas ruinosas que lo circundaban, cuyas tapias escondían jardines silenciosos, abandonados, ocultando a la vista de los apresurados transeúntes legendarias historias de antiguos amores y peligrosas traiciones, conectando así un tiempo pasado y futuro, tradición y modernidad…

Cada cambio de estación fue testigo de las marcas que el tiempo, la lluvia, el sol implacable, las alegrías, las desdichas, los miedos y los triunfos dejaron marcados para siempre, para la eternidad, en la fachada de la casa feliz del paseo que iba a la estación. Fue testigo del paso de la vida y de la inmutabilidad del universo.
Si usted se acerca por casualidad, alguna vez por allí. Camine despacio, respire suave y escuche a las piedras…
Feliz domingo
Bso: La pluie