Siguiendo la antigua nacional V, atravesando viejos encinares y fincas de ganado bravo, al torcer varias curvas con el sol bajo de la tarde deslumbrando los ojos cansados y expectantes del viaje, conseguirá ver recortarse contra el cielo extremeño una antigua torre de origen almohade. Esta legendaria torre vigía vigila el paso de los años, de las estaciones y de las inclemencias del tiempo que caen sobre la pequeña y milenaria villa.
Difícil conseguir que el corazón no palpite desbocado al tiempo que los ojos se vuelvan acuosos y la respiración se agite. Antiguos y preciados recuerdos acuden sin piedad a nuestro presente deslucido y carente del brillo propio de los años de la infancia que pasamos entre las calles empedradas, limpias y recalentadas por el sol inclemente de aquellos agostos largos y perezosos, en las largas vacaciones escolares.
En esta diminuta población nació la persona más importante de mi vida: mi padre. Hijo de la posguerra, con una infancia llena de privaciones propia de los ganaderos y de aquellos que cultivaban la tierra de sol a sol en la dura, extrema y perdida de la mano de Dios, en la comarca extremeña. Creció trabajando los campos de otros y con poco tiempo para asistir a una escuela que, por aquel entonces, se caracterizaba por el uso de la vara de olivo. Y que, paradójicamente, él no recuerda con dolor ni tristeza. De naturaleza alegre y valiente, autodidacta incansable, se vio abocado a emigrar para labrarse un futuro más justo, lejos de su querida y siempre añorada Extremadura.
Como corresponde a su época, su música transcurrió entre coplas y pasodobles. ¡Ay! el antiguo pasodoble español, que resonaba en las radios y verbenas de todas las localidades del pobre país, tan maltratado por sus gobernantes como por el devenir de la historia… Tardes de seriales, misas y toros. Toros sí.
Lejos de polémicas actuales, él sigue fiel a sus costumbres y a aquello con lo que tantos años creció y fue su único mundo. Ganadero a veces, enamorado del toro y del mundo que le rodea. Sabe de capotes y muletas. De estoques. De plazas monumentales. De toros y demás reses bravas, de caballos y del arte de la tauromaquia. No seré yo quien le juzgue o le aleccione, es hijo de su tiempo y persona profundamente sabia. No se engaña sobre la naturaleza humana, ni tampoco desvirtúa el ciclo del Universo. Afronta con una sabia serenidad el paso del tiempo. No tiene miedo a nada, quizá, sólo a enfermar y no valerse por sí mismo. Nunca se quejó ni lo hará, antiguo hombre de la tierra, curtido por el sol de esta vieja y querida España nuestra, de los dos, de él y de mí. De mí junto a él. Porque si hay algo que me caracteriza es que siempre le seré fiel, siempre.
No hay mejor persona en mi mundo que él, ni siquiera todos aquellos con tantos estudios y posibles económicos tienen su lucidez, honradez y valentía. Así que aquí seguimos los dos, viendo películas del viejo oeste del Hollywood más auténtico, comentando el último partido de nuestro querido Real Madrid y asistiendo a las fiestas de la tauromaquia, mientras escuchamos nuestro pasodoble favorito: Nerva. Y así es él. Y así soy yo. Viejo soldado español, traicionado por aquellos que dirigieron desde los púlpitos y los salones del poder su vida, ganada a base de duro trabajo y mísero sueldo.
Así es el.
Fiel a su verdad, a su tiempo. Sabe de dónde vino, sabe dónde está y no teme hacia dónde va.
Va por él y por todos aquellos que tienen el privilegio de conocerle y apreciarle.
Feliz domingo…
Bso: Pájaros de barro