Claridad de agua y sal…

Al Norte, el mar choca contra la costa escarpada. El agua es de un azul oscuro, coronada por una espuma blanca y brillante. Es bravo e indómito y se mueve acompañado por el Nordeste,  viento que sopla frío y con aroma a eucaliptos…

La temperatura se mantiene templada, propia del clima oceánico, y el verde crece a su antojo, tapizando montañas, valles e inmensos prados, donde el sol cada atardecer, hace aún más explosivo el frescor de la naturaleza viva, cuyo protagonista más importante es el Agua. Agua que cae en las noches de tormenta haciendo resonar sus gotas en los tejados. Agua que discurre por los pequeños y bravos ríos que surcan la agreste orografía. Agua que mana sin cesar en los días de invierno, dando lugar a una niebla espesa, que propicia el nacimiento y propagación de leyendas vivas e invoca la protección de antiguos dioses celtas.

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El cielo se oscurecía poco a poco, con los picos de las montañas recortados contra el horizonte, gigantescos y amenazadores. Las ramas de los árboles se agitaban por el viento, trayendo consigo aromas otoñales: leña, fuego, castañas y pino. Era el olor a naturaleza, a vida… (Las sombras de Bécquer)

A medida que descendemos por los caminos sinuosos, nos vamos adentrando en la meseta: llana, ancha, sin límites ni horizontes. Aquí el clima es más seco, y los campos infinitos de cereal se mecen al ritmo de una cálida y suave brisa en las largas e infinitas tardes de verano. Pueblos del medievo protegidos aún por las ruinas de sus castillos, hogar de las perennes cigüeñas, nos reciben al arrullo de la siesta. Es tiempo de sentarse, observar el silencio y disfrutar de bellas historias medievales, entonadas a la mayor gloria de estos lugares, que vieron brillar otros tiempos mejores…

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La habitación entera a la luz de la mañana irradiaba paz y sosiego, la ventana bordeada de flores de buganvilla se abría al paisaje bucólico del campo recién arado, las morras tras ellas comenzaban a dorarse y a lo lejos las viñas rojas sobre las lomas reclamarían a mediodía el tañido de las campanas… (La canción de Dorotea)

Tras dejar atrás los ropajes de Doña Jimena, y aún acompañándonos en nuestro largo periplo, los Cantares de Mío Cid, nos vamos adentrando en las tierras perfumadas por el olor de la aceituna. Pueblos blancos nos salen al encuentro. Sus casas encaladas,  con persianas de colores tras verjas de forja, geranios en macetas, nos brindan el frescor arrebatado a sus calles de piedra  que soportan un sol inclemente, acompañados siempre por el canto de las cigarras.

En las noches estivales es común sacar las sillas de enea a la calle, se busca la escasa brisa y la charla animada con los vecinos. Es en estas horas de oscuridad cuando los grillos toman el protagonismo, así, podemos disfrutar de un cielo estrellado como ninguno más al norte de nuestro Norte, y donde la risa de los chiquillos acompaña de lejos viejas siluetas con boina y bastón, mientras encienden el último cigarro del día, augurando, o al menos intentándolo, cuándo caerá la próxima y tan esperada lluvia.

Dos humildes sillas bajas con la anea deshilachada en las que algún día se sentarían los jornaleros bajo las estrellas tras su largas horas de trabajo, o los niños de la casa en esas noches mágicas con olor a uva recién vendimiada que guardaba en la memoria. Sillas que fueron testigos de existencias simples del suceder irremediable de las hora y las estaciones en su más suprema sencillez… (La Templanza)

Y es aquí en el Sur, donde el Mar tiene un color azul más claro, el agua es más cálida y la espuma más ligera. Es aquí donde aún, si fijamos mucho la vista en el horizonte, aún podemos imaginar, cuando no vislumbrar, las siluetas de goletas, carabelas, galeones, navíos que dejan su estela sobre el mar brillante, escapando de viejos piratas, oscuros corsarios y marinos peligrosos y esquinados ansiando arrebatarles los tesoros que llegan del otro lado del mundo.

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 En el Panteón de Ilustres Marinos, Don Cosme Churruca vigila sin descanso el cambio en las mareas, y  la Tacita de Plata, se mece al compás de sus campanarios evocando días gloriosos de un pasado ya lejano en la memoria…

Aquella ciudad conservaban en los rincones de las calles, en los colores y en la luz, como ninguna otra, el rumor del tiempo que se extingue despacio, o más bien de uno mismo extinguiéndose con aquellas cosas del tiempo a las que se anclan la propia vida y la memoria… (La piel del tambor)

Cada rincón de esta península está llena de grandes historias y legendarios personajes. Tierra de marinos, exploradores, científicos y campesinos, en las entrañas de sus campos las piedras nos desvelan cuán rica es la historia que aún late a la sombra de las higueras… ¿De dónde procede la sangre que recorre mis venas? ¿Mis rasgos son mezcla de varias civilizaciones?…

Tierra enriquecida del cruce, encuentro y lucha de diferentes culturas a lo largo de los tiempos, no hay lugar como este en el mundo. Gentes a menudo amables, abiertas, propensas a reírse hasta de sí mismos. Luz inmensa que propicia la vida en sus calles llanas, tortuosas, en las placitas llenas del ruido propio de la humanidad, de la vida. Productos de la tierra, nobles, incomparables, bendecidos por la lluvia del Norte y dorados por el sol que se oculta tras la línea de mar que baña sus costas…

Es España.

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La luz, es la luz, me repetía, y sigo creyendo que la luz es lo que define el carácter de un país, y por tanto de sus gentes… (Historia de un canalla)

Felices tardes veraniegas….

BSO:Ennio Morricone

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