Sueña, y sueña a lo grande…

Los rayos de luz entran perezosos a través de la ventana. Las cortinas tamizan el sol temprano  que baña la meseta castellana, entorno los ojos y vuelvo atrás, mucho tiempo atrás…

Fue allí donde pasé los veranos más felices de mi juventud. Conservo de aquellas estancias un recuerdo de felicidad plena. De aquellos veranos bienaventurados recuerdo días idénticos en los que flotaba el aroma de la inmortalidad… ( El libro de los Baltimore)

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Puedo volver a oír  las risas a media voz, apagadas debajo de las sábanas. Noches de verano, con la ventana abierta de par en par mientras contamos historias inventadas, o una ristra de chistes malos pero que nos hacen troncharnos de risa. Hay también en la página del recuerdo, tardes de juegos, y de peleas. Noches con linterna, apurando el último libro que nos tiene desvelados y que nos roba horas preciadas a un sueño que mañana echaremos de menos… Hay confidencias y secretos a voces, que nosotros guardamos como si fuésemos el último bastión que defiende un reino imaginario, con héroes de leyenda, damas valientes y reyes honorables. Fueron veranos interminables y Navidades amorosas, pero sobre todo, fue el tiempo y el espacio compartido en habitaciones hoy minúsculas, pero que entonces daban tanto de sí, que no necesitábamos muchos más artilugios para inventar, crear, compartir, ceder y también, por qué no, pelear y llorar. Todo formando parte del ciclo de la vida, que no es más que momentos de risa y de llanto, confidencias y traiciones, compartiendo y soñando, aprendiendo a sufrir injusticias, a tolerar la frustración, y sobre todo a ceder y pedir perdón.

Mediante una sola bocanada de aquel olor, había regresado a lo más hondo de mis recuerdos, y había revivido, en el lapso de un instante, la felicidad de haber convivido con ellos… (El libro de los Baltimore)

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Esto no es más que una habitación infantil compartida. La entiendo como un microcosmos que a la vez que sirve de refugio en el que encontrar paz y amor cuando la vida nos ha bateado y golpeado con esa fuerza inusitada con la que suele descargar su justicia particular, sirve también como lugar en el que aprender a querer, a ceder y a soñar…

Sueña, y sueña a lo grande. Sólo sobreviven los sueños más grandes. A los otros los borra la lluvia y los arrastra el viento… (El libro de los Baltimore)

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Así he concebido y diseñado la habitación de mis hijas. Se trata de un espacio con una decoración armoniosa, en tonos blancos, toques de rosa y gris. Nada que ver con el estilo frío y minimalista nórdico. Se trata de un espacio que gracias al blanco inspira luz, paz y limpieza, y a su vez con los tonos de rosa aporta algo de calidez, feminidad y dulzura.

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Desde el principio tuve claro que debían compartir habitación. Sin televisión ni objetos electrónicos. Es un lugar dedicado a la aceptación de los límites que impone cada una. Pero a su vez un sitio maravilloso para jugar, leer y soñar. Soñar a ser princesas, piratas o inventoras. Porque lo que es claro es que pretendo que sean libres e independientes, huyendo de la temprana sexualización de las niñas, pero sin perder su feminidad, su esencia y su elegancia.

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Aquí pasan las tardes de la mayor parte del año, jugando juntas, leyendo por separado o con amigas los fines de semana, adaptándose una a la otra (esto no evita momentos de regañina, enfados y llantos, claro está), habitando un mismo espacio, buscando su lugar en el universo y fluyendo con las estaciones, despacio, tranquilas, sosegadas y sobre todo, alegres…

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Feliz domingo…

Lectura: El libro de los Baltimore (Joel Dïcker)

Bso: Photograph

 

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